Personaje eclesiástico fundamental durante el reinado del Batallador. Su carrera en la iglesia aragonesa comenzó durante el reinado del antecesor de Alfonso I cuando fue designado obispo de la diócesis de Huesca-Jaca en 1099. Sus relaciones con el Batallador fueron tempranas e incluso el rey se refería a él como “su maestro”, en un diploma datado en 1110 conservado en la catedral de Huesca. Sostuvo notables pleitos contra los monasterios de San Juan de la Peña y Montearagón que conllevaron a que se presentaran quejas por su comportamiento ante el Papado. Igualmente mantuvo grandes enfrentamientos, incluso armados en algún caso, con los obispos de Roda-Barbastro y Pamplona por cuestión de los límites diocesanos de sus respectivas sedes. Con la llegada al trono de Alfonso I en 1104 se convirtió en una figura esencial, representativo de los llamados prelados belicosos que comandaban contingentes militares. Fue pieza clave en la financiación y preparación de la campaña militar contra la Zaragoza islámica y durante el asedio de la ciudad. Más tarde también apoyó la conquistas de Tudela y Tarazona. En 1130 fue designado obispo de Zaragoza, hecho que le convertía en la máxima autoridad religiosa del reino.